El Barça es una moda, el Real Madrid una leyenda.
Esta sentencia de nuevo cuño es la versión 2.0 de la máxima que, desde hace más de cincuenta años, viene manejando el entorno madridista: ningunear todo lo relacionado con el Barça.
Los rectores de la opinión blanca se han empleado a fondo en presentar al barcelonismo en pleno como una tribu atenazada por el víctimismo, obcecada por una insuperable madriditis y acogotada por un derrotismo limitante.
En algún momento, esa visión externa de lo que es el Barça ha tenido una base real. La realidad de España en los años 50, 60 y 70 pudo dar pie a que un sentimiento de impotencia generalizada paralizase las ilusiones y las expectativas de una afición, de una sociedad, muy castigada por continuos e hirientes desengaños.
Mientras la frustración de unos coincidía con la felicidad de otros, una masa social mucho menos global que la actual confería a la culerada un rasgo tan catalán como es el fatalismo congénito, y más allá de la categoría de una u otra plantilla, de la existencia o no de ayudas arbitrales o de la desmesurada diferencia de volumen en los respectivos altavoces mediáticos, el hábito de ganar se instalaba, parecía que definitivamente, en el espíritu madridista.
A principios de los 90, sin embargo, algo agitó la conciencia del barcelonismo. Un anticipo holandés de lo que Mourinho significaría veinte años más tarde para el madridismo, devolvía al barcelonismo la confianza en sí mismo.
Un modelo mantenido en el tiempo, que ha conseguido sobrevivir incluso a la gestión de infames directivas, ha llevado al F.C. Barcelona a transformar lo que era poco más que un sentimiento identitario en la convicción de que las tornas han cambiado, de que lo normal es que ganen más los que mejor juegan.
La obsesión del madridismo mediático, ante la imposibilidad de negar la evidencia, ha derivado en el contumaz esfuerzo de poner coto al éxito del concepto Barça. En poner muchos peros y en limitar en el tiempo, en convertir en una "moda", en poco más que villarato, una idea que ha llegado para quedarse.
El pasado martes, el Real Madrid le dio un repaso al F.C. Barcelona y lo eliminó de la Copa en un Camp Nou muy poco acostumbrado, en los últimos tiempos, a estropicios de semejante magnitud.
El varapalo ha sido duro. El barcelonismo no ha conseguido, horas después, encajar el golpe como si hizo con recientes quebrantos. Pero el Barcelonismo no debe olvidar que se superaron, sin problemas, fines de ciclo tan cavernariamente apocalípticos como la eliminación por abandono de Ronaldinho, la mourinhista eliminación en Champions ante el Inter, la derrota en la final de aquella Copa propensa a las caídas o la Liga de los 100 puntos.
Todo se superó sin problemas porque el modelo está claro y bien definido. Se pueden cometer errores, como ya se han cometido con anterioridad, pero si el equipo está a la altura de lo que él se espera, la fidelidad a un concepto, a una idea, ha de convertir en simple anécdota cualquier derrota.
En lo que siempre superará el madridismo al barcelonismo es en el positivismo ante la adversidad. Una victoria anula un ciclo, una derrota, si conviene, se puede vender como un éxito.
El sábado puede que veamos un nuevo capítulo.
Cuestión de idiosincrasia.
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