viernes, 26 de abril de 2013

El sueño de su vida.


El gris tiene muchos matices y tiende a invadir aquello que parece blanco impoluto o negro impenetrable.

Desear lo mejor para Tito Vilanova no significa defender, contra cualquier argumento, que siga viviendo el sueño de su vida. Porque el sueño de su vida, entrenar al F.C. Barcelona, conlleva una serie de tributos que no son de fácil cumplimiento.

En los pocos meses en los que Tito ha ocupado el banquillo del Barça, ha demostrado sobradamente su capacidad para manejar una responsabilidad de tan alto voltaje. Pocos discuten su preparación para llevar las riendas de un grupo de jugadores de élite. Con todo lo que ello comporta.

Pero uno de los deberes irrenunciables del entrenador del mejor equipo del mundo es el de controlar de primera mano, en persona, todos los aspectos relacionados con el grupo y con el entorno. 

Es evidente que todos estamos sometidos a la posibilidad de sufrir un repentino problema de salud o a un accidente. Es la vida. En las posiciones estratégicamente más importantes, es bueno cubrirse las espaldas y jugar sobre seguro.

Ojalá Tito esté en condiciones de cumplir esa exigencia. Si es así, adelante. Él lo afirma. Le creemos. 

Si no es así, el Barça es muy grande y ofrece posibilidades de crecimiento profesional más allá del banquillo.

El sueño de tu vida es muy importante. El sueño de millones de seguidores también.

miércoles, 24 de abril de 2013

¿Sublimación de la excelencia? Ante todo, mucha calma...


En la mañana después de la desgracia, los culés más reaccionarios lo quemaríamos todo y los culés new age mirarían a otro lado mientras siguen agradeciendo al equipo los servicios prestados.

En Can Barça, las debacles han servido tradicionalmente (como en la mayoría de corrales) para hacer tabla rasa, lanzar fuegos artificiales y huir hacía adelante. Esto es, para aniquilar la base, lanzarse al postureo y cagarla estrepitosamente.

Últimamente, sin embargo, la excelencia ha paralizado en más de una ocasión el dedo responsable de presionar el botón eyector. El buenismo de lo políticamente correcto ha llevado a tolerar la autocomplacencia, la pasividad y el cachondeo (que se lo pregunten a Ronaldinho y a Deco).

Como en todo, en el punto medio está la mesura.

En ocasiones anteriores, las decisiones traumáticas vinieron forzadas por situaciones que parecían exigir cortinas de humo que tapasen vergüenzas más groseras que la puntual hecatombe de turno...

El motín del Hesperia explotó en medio de la travesía del desierto, Florentino secuestró a Figo de un Barça que había dejado de ganar y el pasillo en el Bernabéu se produjo con el trasfondo de dos años en blanco.

Esta vez, el sopapo se produce disputando una semifinal de Champions por sexto año consecutivo y a punto de ganar una Liga en la que se pueden batir todos los récords del Madrid de los récords. 

¡Una Liga! Hubo décadas, queridos niños y niñas, en las que el Barcelona no ganaba una Liga ni fichando a Manolo Clares. Ahora, parece que algunos quieren hacer creer que una Liga sabe a poco. Que no os embauquen. ¡Al loro! Qué no estamos tan mal... hombre.


Ensimismados en la perfección del modelo, se ha tendido a buscar la sublimación de la excelencia, pasando de un estado líquido en el que Touré Yaya imponía, Keita sostenía y Eto'o fulminaba, a un estado gaseoso en el que la posesión absoluta impide defender un corner en condiciones.

Pero si pese a todo creemos que el modelo es el adecuado, que está consolidado, hemos de tomar la derrota en Múnich como una magnífica oportunidad para tomar aquellas decisiones que no por desagradables, dejan de ser absolutamente necesarias.

El Barça tiene los mimbres para seguir siendo el mejor. Únicamente ha de volver a la esencia.

Si Valdés se va... que se irá, se impone la necesidad de incorporar carácter, agresividad y hambre en cada una de las líneas del equipo, banquillo incluido. Tenemos valores. Muchos. Pero hay cosas en la vida aún más importantes que el fútbol y estamos hablando de un club profesional, de élite. Quien no pueda estar centrado al cien por cien debe dejar paso a quien tenga disponibilidad absoluta.

Ahora toca ganar la Liga. Celebrarla. Intentar sumar todos los puntos en disputa y marcar el máximo número de goles posibles. Recibir al Bayern con todo el respeto del mundo, hacer el mejor papel posible... y volver a intentarlo el año que viene.

Ante todo, mucha calma. Hoy es el primer día de una nueva etapa. Una nueva etapa que puede ser aún mejor.

jueves, 4 de abril de 2013

Prisioneros del guardiolismo.


El villarato y su hijo bastardo, el platinato, se sustentaban en dos premisas: la exageración hilarante y el silencio cobarde.

De lo que se trataba era de propagar, a través de una red mediática afín y apabullantemente mayoritaria, que el Barça ganaba gracias a unos árbitros que actuaban intimidados por un Villar deudo de los compromisos adquiridos con Laporta en la Federación Española de Fútbol. De propina, Platini se convertía en colaborador necesario de la trama.

Ese entramado conspirativo universal tenía por objeto beneficiar impúdicamente al pérfido F.C. Barcelona y, en consecuencia, perjudicar a un indefenso Real Madrid.

Después de cada partido del Barça, los medios sobre los que se sostenía la teoría del villarato se encargaban de destacar y repetir, hasta la saciedad, cualquier error arbitral que pudiese favorecer a los de Guardiola, fuese éste totalmente determinante o absolutamente irrelevante, pero elevándolo siempre a niveles de escándalo nacional; buscaban señales conspirativas en vacuos y anodinos lances del juego y, por supuesto, ignoraban, silenciaban, ocultaban rastreramente cualquier jugada en la que el perjudicado fuese el F.C. Barcelona.

Con este simple pero sonrojante sistema, en el que el tamaño del altavoz primaba sobre la honestidad del mensaje, se consiguió que por ejemplo, una semifinal entre Barça y Chelsea, en la que el equipo más perjudicado en el cómputo de los dos partidos fue el blaugrana, se convirtiese en el mítico "escándalo de Stamford Bridge", del que muchos creen recordar cuatro penaltis que en realidad se reducen a unas manos clarísimas de Piqué dentro del área. Aquello desembocó en una inapelable victoria en Roma sobre el Manchester United de Cristiano Ronaldo, victoria que el inefable José Mourinho se encargó de traducir en una Champions que a él le habría dado "vergüenza de ganar".

En definitiva, se daba carta de naturaleza a la manipulación y a la tergiversación... los malos eran los buenos y los buenos meaban colonia. Pero lo más grave era la coacción a la que se sometía a los árbitros, coacción que se convirtió en el mayor mérito de un entrenador que había sido contratado para revertir el curso de los acontecimientos.

Un par de temporadas después, con una Liga balsámica en el palmarés de un Mourinho que se ha quedado sin antagonista de referencia en el banquillo rival, la siguiente vuelta de tuerca, la que viene a justificar lo injustificable, la que pretende hacer tabla rasa de lo que fue un ultraje, es la de equiparar actuaciones, comparar lo incomparable.

Cuando el F.C. Barcelona se queja de un arbitraje en el que destaca un error técnico, no de interpretación, sino de aplicación del reglamento, la tristemente famosa caverna salta a la yugular homologando una reclamación oficial con las enloquecidas y legendarias rajadas de The Only One.

Según ellos, caen las caretas. Todos son iguales. El Real Madrid tiene patente de corso para denunciar. El F.C. Barcelona es prisionero del guardiolismo y tiene que limitarse a comentar como llueve cuando se le mean en la oreja.

Señalar un flagrante error en la aplicación del reglamento es lo mismo que denunciar contubernios en lo universal contra la sacrosanta unidad del madridismo, y a partir de ahí, sólo queda confundir los valores con la estulticia y esperar que los árbitros crean que unas manos en el área del Real Madrid son, por definición, involuntarias.

Ante todo, humildad.



El espíritu de Saporta.


Las mourinhizadas nuevas generaciones de aficionados blancos hablan, más que nada de oídas, de un tal Santiago Bernabéu como padre espiritual del madridismo. Muchos de ellos sin embargo, ignoran quien fue el auténtico artífice de la prefabricada gloria internacional del Real Madrid: Raimundo Saporta.

Saporta, nacido en París en 1926, se incorporó al Real Madrid en 1947. En 1948, a los 22 años ya era vicepresidente de la Federación Española de Fútbol; en 1953 se encargó de las negociaciones que culminaron con el viaje de Alfredo Di Stéfano desde Barcelona a Madrid para fichar por el club de Concha Espina; y en 1955 impulsó, junto al editor del diario L'Equipe, Gabriel Hanot, la creación de la Copa de Europa de clubes.

Los contactos de Saporta en la UEFA aportaron evidentes beneficios a nivel continental a un Real Madrid que ya contaba con una sólida posición de sostén por parte de las autoridades españolas de la época.

Muchos años después, cuando el máximo exponente de lo que ahora quiere representar el Real Madrid es José Mourinho, el entorno mediático madridista no ha dudado en invocar reiteradamente al espíritu de Juanito para levantar situaciones desesperadas. Pero la hegemonía barcelonista no ha hecho más que convertir la memoria del de Fuengirola en poco más que en un icono de la cofradía del clavo ardiendo merengue.

Visto lo visto en los últimos años, y visto lo visto en la actual edición de la Champions League, parece al Real Madrid le sale más a cuenta encomendarse a la protección del espíritu de Saporta.

Sin duda es mucho más provechoso.