jueves, 4 de abril de 2013

Prisioneros del guardiolismo.


El villarato y su hijo bastardo, el platinato, se sustentaban en dos premisas: la exageración hilarante y el silencio cobarde.

De lo que se trataba era de propagar, a través de una red mediática afín y apabullantemente mayoritaria, que el Barça ganaba gracias a unos árbitros que actuaban intimidados por un Villar deudo de los compromisos adquiridos con Laporta en la Federación Española de Fútbol. De propina, Platini se convertía en colaborador necesario de la trama.

Ese entramado conspirativo universal tenía por objeto beneficiar impúdicamente al pérfido F.C. Barcelona y, en consecuencia, perjudicar a un indefenso Real Madrid.

Después de cada partido del Barça, los medios sobre los que se sostenía la teoría del villarato se encargaban de destacar y repetir, hasta la saciedad, cualquier error arbitral que pudiese favorecer a los de Guardiola, fuese éste totalmente determinante o absolutamente irrelevante, pero elevándolo siempre a niveles de escándalo nacional; buscaban señales conspirativas en vacuos y anodinos lances del juego y, por supuesto, ignoraban, silenciaban, ocultaban rastreramente cualquier jugada en la que el perjudicado fuese el F.C. Barcelona.

Con este simple pero sonrojante sistema, en el que el tamaño del altavoz primaba sobre la honestidad del mensaje, se consiguió que por ejemplo, una semifinal entre Barça y Chelsea, en la que el equipo más perjudicado en el cómputo de los dos partidos fue el blaugrana, se convirtiese en el mítico "escándalo de Stamford Bridge", del que muchos creen recordar cuatro penaltis que en realidad se reducen a unas manos clarísimas de Piqué dentro del área. Aquello desembocó en una inapelable victoria en Roma sobre el Manchester United de Cristiano Ronaldo, victoria que el inefable José Mourinho se encargó de traducir en una Champions que a él le habría dado "vergüenza de ganar".

En definitiva, se daba carta de naturaleza a la manipulación y a la tergiversación... los malos eran los buenos y los buenos meaban colonia. Pero lo más grave era la coacción a la que se sometía a los árbitros, coacción que se convirtió en el mayor mérito de un entrenador que había sido contratado para revertir el curso de los acontecimientos.

Un par de temporadas después, con una Liga balsámica en el palmarés de un Mourinho que se ha quedado sin antagonista de referencia en el banquillo rival, la siguiente vuelta de tuerca, la que viene a justificar lo injustificable, la que pretende hacer tabla rasa de lo que fue un ultraje, es la de equiparar actuaciones, comparar lo incomparable.

Cuando el F.C. Barcelona se queja de un arbitraje en el que destaca un error técnico, no de interpretación, sino de aplicación del reglamento, la tristemente famosa caverna salta a la yugular homologando una reclamación oficial con las enloquecidas y legendarias rajadas de The Only One.

Según ellos, caen las caretas. Todos son iguales. El Real Madrid tiene patente de corso para denunciar. El F.C. Barcelona es prisionero del guardiolismo y tiene que limitarse a comentar como llueve cuando se le mean en la oreja.

Señalar un flagrante error en la aplicación del reglamento es lo mismo que denunciar contubernios en lo universal contra la sacrosanta unidad del madridismo, y a partir de ahí, sólo queda confundir los valores con la estulticia y esperar que los árbitros crean que unas manos en el área del Real Madrid son, por definición, involuntarias.

Ante todo, humildad.



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